
En el Ecuador
hubo también una generación modernista. Y no desdeñable como parece suponerlo
el investigador Max Henríquez Ureña. Lo que ocurrió fue que tales poetas
ecuatorianos nacieron en la década del apogeo del movimiento en el resto de
Hispanoamérica, y cuando escribieron sus primeros versos la hoguera ya se había
extinguido. Nuevas modalidades reclamaban la atención de todos. Gustadas las
perfecciones estilísticas, registradas las extrañas predilecciones del alma
(las esquiveces frente a las demandas ordinarias del ambiente, la abulia, la
melancolía y la desazón metafísica), a través de los principales autores, poca
o ninguna sugestión debió despertar ya la suma de alardes formales y de
doliente exquisitez espiritual de los modernistas del Ecuador llegados con
fatal demora.
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